“Y yo estoy aquí borracho y loco…”, y efectivamente estoy aquí, sentado en la pequeña mesa negra (aclaro, reposando mis enjutas reposaderas en una silla frente a, no sobre la mesa), negramente desgastada que hace mi comedor-salón de reuniones de fin de semana, y también efectivamente (y no me refiero a una efectividad como la del pisto en mano) estoy borracho, pero no borracho de la sangre de los dioses griegos llamada alcohol, sino borracho de aburrimiento en estas patéticas horas finales de este día, día que, por ironía del lenguaje, la humanidad occidental ha desacertado en llamarle domingo (de origen latín dominicus, o día del Señor, o como dicen los gringos Sunday o día de o del Sol).
El día domingo tiene un origen religioso, y no podía esperarse menos, sino miren como los curas han dado por poner domingo hasta a las tortillas (Domingo de Adviento, de Cuasimodo, de la Santísima Trinidad, de la Pasión, de Pentecostés, de Ramos, etc….), y como una sombra negra que se cierne sobre todo lo religioso (especialmente lo católico), este pobre día nació con la letra escarlata sobre la frente: “ABURRIDO”. Domingo, día dedicado al señor, pero qué señor, señor del tedio, señor de la pereza angustiada por que ya viene el lunes, señor de las tardes de enchamarradas. Domingo, domingo… nombre de viejito de los de antes, nombre de chucho o de charita reducido a su mínima expresión “mingo”. Domingo tributo al aburrimiento.
No tengo realmente memoria de cuando el día domingo fue algo especial para mí, pero estoy seguro, con el mismo recuerdo que tengo que alguna vez estudié matemáticas, que en algún momento este día fue algo bueno para mis intereses, y puede que inconscientemente me esté refiriendo a aquella época en que mi abuelo, o tal vez mis padres, me daban “mi domingo” con 25 o 50 centavos para que fuera a comprar algo a la tienda de Doña Celia, recuerdo real o inventado no sé. De lo que si estoy seguro es que empecé a sentir una particular alergia por este día en particular, a partir del momento en que tomé noción del significado de los días y las consecuentes actividades que los marcan, marcas hechas con marcador de tinta indeleblemente abusiva y obligatoria que amargan hasta al más vivaracho y alegre de la cuadra: lunes, primer día de trabajo en la semana.
El domingo es rutina llevada a la máxima expresión, levantarse tarde, de goma, con inexplicable frío en las patas que acompaña fielmente las 24 horas, día de comer sopa instantánea (si se tiene la suficiente fuerza de voluntad para calentar agua, sino día de comer Tort Trix o Sabritas=¿sobritas?), de estar echado (como ternera en su pesebre), de tele, día de usar pants y chancletas, etc. Domingo día en que se rinde tributo a la madre de todas las cosas, especialmente del hecho que estemos en este mundo (porque sin ella nuestros progenitores no hubieran tenido los ánimos de hacer lo que les correspondía para nuestra existencia), y me refiero a esa madre tan fachuda, chelona, despeinada y mocosa llamada haraganería colectiva (así que mejor al Señor "busquémosle" otro día, porque sino podrían haber celos entre las deidades).
La hueva ya me ganó, así que cierro esta entrada con una sentencia digna de juez, en nombre del pueblo guatemalteco decreto que el domingo es uno de los peores inventos de la humanidad.
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