Durante toda mi vida escolar, con una complejidad que iba aumentando conforme los años, llevé el curso de Ciencias Naturales. Dentro del contenido de ese curso, que por cierto era uno de mis preferidos, se repetía como una especie de prólogo el tema “El Ciclo de la Vida”, el cual se reducía, con más o menos páginas, a repetir la letanía de que todo ser vivo innegablemente se encuentra sujeto a la ley de la vida que comprende cuatro momentos esenciales: nacer, crecer, reproducirse y morir. Como consecuencia de ese planteamiento tan lineal (pese a que hace referencia a un ciclo) de la existencia, todos los que crecimos con esa idea diseñamos también para nosotros un destino totalmente predecible con uno u otro agregado: nacer sanos, crecer adecuadamente, profesionalizarse, trabajar, ir a la Iglesia, reproducirse con el mejor espécimen posible, enriquecerse obscenamente, y por último, morir en el olvido. Ahora que lo pienso los libros de texto de Ciencias Naturales a través de su famoso “El Ciclo de la Vida” nos han llevado a ser un perfecto pequeño burgués con aspiraciones y destino perfectamente predecibles.
Lo anterior desde un punto de vista práctico resulta muy lógico, más no así evidente, al menos para mí no lo fue sino hasta hace poco, al darme cuenta que el destino lineal y/o burgués no va conmigo pese a que durante toda mi vida he seguido el camino que me ha señalado: nací sano, crecí más o menos bien, tengo una profesión liberal, trabajo en el campo para el cual estudie, tengo creencias espirituales…. bueno hasta ahí he llegado. Darme cuenta de ese destino o ciclo de vida prediseñado en mí, ha perturbado de manera inimaginable la concepción de mi existencia y libertad para elegir lo que quiero, porque he tomado decisiones y caminos que probablemente nos los hubiera elegido si no hubiese tenido una concepción tan lineal de la vida (buscar una buena posición social, uno o dos hijos, amorosa esposa que espere todos los días mi retorno al hogar), es decir he estado transitando el camino fácil y directo hacia el fin último del hombre del siglo XXI: ser enterrado en vida en un ataúd de oro y estabilidad. Seguramente, si las perspectivas de la vida se me hubiesen presentado más amplias no estaría debiendo frente a la vida la factura que de vez en vez me presenta cuando siento que todo lo que hago carece de algún tipo de trascendencia, ¿las demás personas también tendrán esta sensación?.
A partir de hoy, hago una promesa: crearé mis propias paradojas y destino sin necesidad de libro de Ciencias Naturales alguno.
sábado, 9 de mayo de 2009
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