Me encuentro en proceso de depuración tanto interno como externo o como en buen chapín se dice "estoy barriendo la casa", así que he decidido incluir, con el perdón de quien ya lo haya leído, un antiguo post publicado el año pasado en un blog del cual también soy autor. Dicho post lo presento como un recalentado que seguramente ayudará a satisfacer el objetivo que busco para este espacio:
Palabras sólo palabras.
Hace algún tiempo tuve una típica conversación que comienza de forma absurda y termina en temas como la posibilidad de que las primeras horas de la madrugada puedan ayudar a conseguir la trascendencia del espíritu, y como una cosa lleva a la otra, se tocó el punto relativo a que el lenguaje tiene mucho que ver respecto al crecimiento o encogimiento espiritual del individuo, aspecto que se vio reforzado por la percepción de que nuestras palabras (en ese momento) poco a poco fueron perdiendo su lógica a tal punto que ya no las escuchábamos sino que las leíamos en una hermosa letra caligráfica sobre una hoja hecha por las vibraciones del sonido: “Las palabras castran y mutilan ideas, el lenguaje apenas si alcanza para describir lo sentimientos, las emociones, la verdad. ¿En qué momento los seres humanos decidimos ser tan sofisticados y soberbios olvidando el universal gruñido, por sutilezas como la diferencia entre sólo y solo?”... “si el hombre sigue comunicándose artificialmente se convertirá en el ser más insensible, pedante y estúpido sobre la faz de la tierra”. Y las palabras siguieron fluyendo como la inhalación de un cigarrillo sin canuto, directo hacia el paraje en que la mente no tenía retorno, hasta el punto en que daba miedo la carraspera en la garganta y ya nada importaba porque la sangre temblaba frente al peso de las obligaciones que recordaban que se vive y que quien no se mueve no come, no fuma, no bebe y sobre todo no siente. Otra bocanada de ideas, los efectos de la madrugada siguieron mitigando la insatisfacción: “Por qué no reducir nuestro lenguaje, tal como lo hizo en algún momento de la historia un pueblo, tal vez era el pueblo original, a un simple, llano y bello "inje-inje". Qué hermoso sería volver a ese estado de semi-dioses, donde el hombre conocía tan bien su propio espíritu y el del prójimo que sólo necesitaba modular su inje-inje para decir cosas hermosas como Amor-Dios, padre-madre, hombre-mujer (uniendo así palabras que jamás debieron de haber sido separadas). Estoy seguro que en esa época no podían existir las mentiras ni las hipocresías, ni los odios ni resentimientos, ni las conferencias jurídicas ni literarias, en ese tiempo no importaba la ausencia de palabras como átomo, gluón, quark, blóson, nalga, porque el lenguaje se manejaba a nivel del alma, y el ser humano era el medio por el cual el bing bang emitía su melodía más hermosa: la vida”.
Después de una tremenda goma moral, del recuento de daños en el bolsillo, raspones en los pómulos, codos y rodillas, provocados por el exceso de ideas nocturnas y de tan peculiar conversación, he comprendido que los seres humanos nos hemos desviado tanto del verdadero poder de la palabra que diariamente tratamos de diluir su fuerza con más palabras y recovecos (lingüísticos, gramaticales, etc.), olvidando que hacer más complicado el lenguaje no significa convertirlo en algo más bello o definitivo, prueba de ello es que cuando se escribió el Ramayana no existían tantas palabras como ahora, los haikus japoneses son formas de expresión muy cortas con un significado infinito; o incluso no es necesario hacer uso de muchas palabras para resolver asuntos trascendentales como cuando una mujer con el más tierno y dulce beso en la frente dice “te quiero…” o cuando con una intensa mirada se pone en evidencia el disgusto frente a determinada situación.
Las palabras complicadas no mejoran la realidad de sus locutores, sino al revés, lo alejan más y más con cada sílaba del resto de los seres humanos, porque el exceso de palabras no es sinónimo de sensibilidad humana. Quien complica el lenguaje es una persona que se considera minoría superior, postura absurda, porque quien no se hace comprender por los demás es menos que animal ya que ha perdido la capacidad de comunicarse y relacionarse con el prójimo.
La forma estética de las palabras es importante no lo niego ni me contradigo con esto, de lo contrario negaría la belleza de los poemas, de las letras de las canciones, etc., sin embargo, considero que lo que debe predominar es el fondo de lo que se quiere decir, la palabra debe volver a su estado original, es decir, ser un enlace entre lo que queremos, pensamos y hacemos, sin trampas ni atajos en su forma más simple y universal hasta llegar nuevamente al estado divino del “inje-inje”.
"En el principio era el verbo,
y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios”Juan 1, 1
Después de una tremenda goma moral, del recuento de daños en el bolsillo, raspones en los pómulos, codos y rodillas, provocados por el exceso de ideas nocturnas y de tan peculiar conversación, he comprendido que los seres humanos nos hemos desviado tanto del verdadero poder de la palabra que diariamente tratamos de diluir su fuerza con más palabras y recovecos (lingüísticos, gramaticales, etc.), olvidando que hacer más complicado el lenguaje no significa convertirlo en algo más bello o definitivo, prueba de ello es que cuando se escribió el Ramayana no existían tantas palabras como ahora, los haikus japoneses son formas de expresión muy cortas con un significado infinito; o incluso no es necesario hacer uso de muchas palabras para resolver asuntos trascendentales como cuando una mujer con el más tierno y dulce beso en la frente dice “te quiero…” o cuando con una intensa mirada se pone en evidencia el disgusto frente a determinada situación.
Las palabras complicadas no mejoran la realidad de sus locutores, sino al revés, lo alejan más y más con cada sílaba del resto de los seres humanos, porque el exceso de palabras no es sinónimo de sensibilidad humana. Quien complica el lenguaje es una persona que se considera minoría superior, postura absurda, porque quien no se hace comprender por los demás es menos que animal ya que ha perdido la capacidad de comunicarse y relacionarse con el prójimo.
La forma estética de las palabras es importante no lo niego ni me contradigo con esto, de lo contrario negaría la belleza de los poemas, de las letras de las canciones, etc., sin embargo, considero que lo que debe predominar es el fondo de lo que se quiere decir, la palabra debe volver a su estado original, es decir, ser un enlace entre lo que queremos, pensamos y hacemos, sin trampas ni atajos en su forma más simple y universal hasta llegar nuevamente al estado divino del “inje-inje”.
"En el principio era el verbo,
y el Verbo era con Dios,
y el Verbo era Dios”Juan 1, 1
Sobre la hipocresía en la forma de hablar: http://www.eluniversal.com.mx/graficos/confabulario/junio-15-07.htm
Espero que este recalentado haya satisfecho el gusto de quien lo haya leído. Hasta la próxima.